Augusto, circulaba atento a la carretera. Su esposa Enriqueta, sentada en el asiento del copiloto viajaba con la cabeza reclinada. Eran las tres de la tarde, los dos niños iban en el asiento trasero, acababan de comer y el sueño los había vencido.
Una sirena sonó a sus espaldas. A lo lejos, un coche de policía acababa de salir de una curva. Augusto se puso en tensión su joven esposa abrió los ojos y volvió la vista hacia atrás, el coche de policía se acercaba, con espanto miró a su marido.
El coche los adelantó, y en pocos minutos desapareció delante de ellos.
Enriqueta, miró a su marido diciendo. -No podemos seguir así, en algún momento el corazón no nos va a responder; tenemos que tomar una determinación. Acabó la frase mirando hacia el asiento trasero. Los niños se habían despertado.
-¿Qué pasa mamá? Preguntó el más grande.
-Nada. -No es nada le dijo la madre acariciando su carita. Dormiros un ratito que aún falta mucho tiempo para llegar.